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Mundo Berre

“El arte por todos y para todos alimenta el mecanismo de la diversidad no para liberar la voluntad del individuo sino para encausar su movimiento dentro de las instituciones legisladas, utilizando las creatividades para conformar las éticas estéticas del ciudadano. El sistema puede así ir adaptando sus códigos al contemplar los nuevos inventos del ser humano, siempre y cuando no pongan en riesgo su funcionamiento. Grandes desarrollos tecnológicos le permiten al niño, al adolescente y al adulto responsable modelar su imaginación dentro de una cajita.”

Mundo Berre es una revista para proponer juegos desenchufados dedicada a niños y niñas de todas las edades, teniendo en cuenta que la observación, la curiosidad y la participación no son características exclusivas de la niñez. Letras y dibujos hechos íntegramente a mano buscan incentivar la elaboración de nuevos juegos.


Las Burdas Copias

"Por no entender y para que no se entienda la comunicación a causa, por medio y para la dominación... propagamos influencias ilegales y de bajo presupuesto."


Aminoentender Ediciones

“Cantinelas a mi noentender es una realización de dibujos animados con cuentos y canciones, que si bien aparenta ser un viaje musical para el entretenimiento infantil se trata en verdad de un panfleto político que presenta y cuestiona distintos roles sociales y sus interrelaciones dentro de las estructuras del aparato estatal, la acumulación de capitales, el sistema de consumo, el derecho a la propiedad, el trabajo asalariado y el progreso democrático. Y aunque resulte atractiva su estética, con personajes coloridos, fondos pintados en témpera, fotografías de los instrumentos y un amplio recorrido por distintos ritmos musicales, su intención es la de generar no una reunión para el pasatiempo audiovisual sino un espacio de debate en torno a las opiniones propuestas y a las inquietudes que se genere entre los televidentes.”

Tito Esponja es un realizador audiovisual, autor y compositor de canciones, productor y difusor de su obra. Dedicado a viajar por diversas regiones y culturas, experimentando con los ritmos y melodías de sus folklores, fabrica instrumentos musicales con los que da forma a un trabajo mayormente audiovisual en el que prima la opinión, crítica con las estructuras del sistema y el funcionamiento de la economía.



El ocioso es un fugitivo y revoltoso histórico, en su rechazo al trabajo se encuentra su revuelta, es la piedra en el zapato de los estados disciplinarios y del orden burgués, no por su fracaso para la sociedad capitalista, sino porque es portador del ocio, el que al igual que la soledad son elementos prohibidos. Resulta inaceptable para el orden social que existan ociosos en un mundo donde la obligación al trabajo no es sólo un asunto económico, sino también cuestión ética y moral. Esa tortura que es el trabajo se presenta no como una obligación –aunque obviamente lo es–, sino mucho más como valor simbólico. Dirán que “el trabajo dignifica”, o inclusive será correctivo o terapéutico para el delincuente, para el miserable y por supuesto, para el ocioso; esto no será mera casualidad. Si revisamos la historia pasada entenderemos el acercamiento del ocio (incluyendo cualquier tipo de rechazo al trabajo) a la patología y enfermedad. El ocio como una forma de fuga no fue entendido como una conducta política (a veces fue pecado para la religión), pero fue sometido mucho más desde el discurso médico-psiquiátrico. El ocio, por ser un peligro para el capitalismo, se objetivará como una enfermedad, a la vez, con su respectiva cura: el trabajo.

Desde el siglo 16 el ocioso comenzará a ser sometido y entendido en la cultura europea como un “enemigo público”; surgirán entonces dos peligros para el orden burgués: la locura y la ociosidad, conceptos que ahora significarán lo mismo. Michel Foucault dirá que el internamiento médico de los locos partirá encerrando a los mendigos y ociosos, ejemplificándolo en el “Hospital General de París”, que perseguía estos fines: “Desde el principio, la institución se proponía tratar de impedir la mendicidad y la ociosidad, como fuente de todos los desórdenes”.[1] La locura y el rechazo al trabajo se acercaron porque en la época clásica el loco aparece en el campo de la inutilidad social. Foucault citará una ordenanza jurídica inglesa del siglo 16 en contra de los ociosos[2]: “a todos aquellos que viven en la ociosidad y que no desean trabajar a cambio de salarios razonables, o los que gastan en las tabernas todo lo que tienen”. Es preciso castigarlos conforme a las leyes y llevarlos a las correccionales; en cuanto aquellos que tienen mujeres y niños, es necesario verificar si se han casado, si sus hijos han sido bautizados, “pues esta gente vive como salvajes, sin ser casados, ni sepultados, ni bautizados; y es por esta libertad licenciosa por lo que tanto disfrutan siendo vagabundos”.

La ociosidad con más fuerza en el siglo 17 se llevará al campo de la enfermedad; desde la protopsiquiatría no se tardará en proponer las casas de trabajo forzoso como terapia. La psiquiatría es una institución policíaca de la subjetividad dominante, nace al servicio de la Norma y del poder político hegemónico. Como tal, la institución psiquiátrica debió patologizar y perseguir al ocioso, quien era un fugitivo siempre en cercanía con la locura. Desde el poder psiquiátrico el ocio se encontrará como característica propia de la “enfermedad mental”. Los psiquiatras, entonces, debieron crear una serie de tratamientos que obligarán al ocioso a trabajar, y como éste era también un loco que, atrapado en su delirio no le daba valor al salario del trabajo, es preciso imponerle la realidad del sistema. En otras palabras, se trataba de que el ocioso reconociera el valor del dinero y la necesidad de trabajar para obtenerlo.[3]

Extracto de "Ociosidad y locura"


[1] [2]  La Historia de la Locura en la Epoca Clásica, Vol 1, Michel Foucault.
[3]  Michel Foucault describe en algunas de sus clases (transcritas en el libro “El poder psiquiátrico”) que realizó en los 70, cómo la psiquiatría transformó el “trabajo” en terapia, y obligó al loco a someterse a la obligación de trabajar.